EL CIELO Y LA TIERRA
325 El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es "el Creador del cielo y  de la tierra", y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano explicita: "...de todo lo  visible y lo invisible".
326 En la sagrada Escritura, la expresión "cielo y tierra" significa:  todo lo que existe, la creación entera. Indica también el vínculo que, en el  interior de la creación, a la vez une y distingue cielo y tierra: "La tierra",  es el mundo de los hombres (cf Sal 115, 16). "El cielo" o "los cielos" puede  designar el firmamento (cf Sal 19, 2), pero también el "lugar" propio de Dios:  "nuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), y por  consiguiente también el "cielo", que es la gloria escatológica. Finalmente, la  palabra "cielo" indica el "lugar" de las criaturas espirituales  —los ángeles—  que rodean a Dios.
327 La profesión de fe del IV Concilio de Letrán afirma que Dios, "al  comienzo del tiempo, creó a la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual  y la corporal, es decir, la angélica y la mundana; luego, la criatura humana,  que participa de las dos realidades, pues está compuesta de espíritu y de  cuerpo" (Concilio de Letrán IV: DS, 800; cf Concilio Vaticano I: ibíd., 3002 y  Pablo VI,  Credo del Pueblo de Dios, 8).
La existencia de los ángeles, verdad de fe
328 La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada  Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la  Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.
Quiénes son los ángeles
329 San Agustín dice respecto a ellos: Angelus officii nomen est, non  naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus  est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus ("El nombre de  ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te  diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel")  (Enarratio in Psalmum, 103, 1, 15). Con todo su ser, los ángeles son  servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro  de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes de sus órdenes,  atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).
330 En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales (cf Pío XII, enc. Humani generis: DS 3891) e inmortales (cf Lc 20, 36). Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello (cf Dn 10, 9-12).
Cristo "con todos sus ángeles"
331 Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le  pertenecen: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos  sus ángeles..." (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para Él: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra,  las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados,  las Potestades: todo fue creado por Él y para Él" (Col 1, 16). Le pertenecen más  aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: "¿Es que no son  todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de  heredar la salvación?" (Hb 1, 14).
332 Desde la creación (cf Jb 38, 7, donde los ángeles son llamados "hijos  de Dios") y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos,  anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de  su realización: cierran el paraíso terrenal (cf Gn 3, 24), protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53), conducen el  pueblo de Dios (cf Ex 23, 20-23), anuncian nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones  (cf Jc 6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1 R 19, 5), por no citar  más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del  Precursor y el del mismo Jesús (cf Lc 1, 11.26).
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está  rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce «a  su Primogénito en el mundo, dice: "adórenle todos los ángeles de Dios"» (Hb 1,  6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en  la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia  de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en el desierto (cf Mc 1, 12;  Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando Él habría podido ser  salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo  Israel (cf 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes "evangelizan"  (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la  Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de  Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al  servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc 12, 8-9).
Los ángeles en la vida de la Iglesia
334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda  misteriosa y poderosa de los ángeles (cf Hch 5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12,  6-11; 27, 23-25).
335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios  tres veces santo (cf Misal Romano, "Sanctus"); invoca su asistencia (así en el  «Supplices te rogamus...» [«Te pedimos humildemente...»] del Canon romano  o el «In Paradisum deducant te angeli...» [«Al Paraíso te lleven los ángeles...»] de la  liturgia de difuntos, o también en el "himno querúbico" de la liturgia  bizantina) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san  Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios).
336 Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la  vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su  intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). "Nadie  podrá negar que cada fiel tiene a su lado un  ángel como protector y pastor para conducir su vida" (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1: PG 29, 656B). Desde esta tierra, la  vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los  ángeles y de los hombres, unidos en Dios.
391 Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se  halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los  hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia  ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. Diabolus  enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se  facti sunt mali ("El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con  una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos") (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS, 800).
392 La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4).  Esta "caída" consiste en la elección libre de estos espíritus creados que  rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un  reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros  padres: "Seréis como dioses" (Gn 3,5). El diablo es "pecador desde el principio"  (1 Jn 3,8), "padre de la mentira" (Jn 8,44).
393 Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de  la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no  pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para ellos después de la caída,  como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (San Juan  Damasceno, De fide orthodoxa, 2,4: PG 94, 877C).
394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús  llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de  la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para  deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de  estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a  desobedecer a Dios.
395 Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una  criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no  puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo  por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves  daños —de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física—en  cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia  que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios  permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros sabemos que  en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28).
El primer pecado del hombre
397 El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la  confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de  confianza en su bondad.
398 En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de  Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra  las exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El  hombre, constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente  "divinizado" por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso "ser como  Dios" (cf. Gn 3,5), pero "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (San Máximo  el Confesor, Ambiguorum liber: PG 91, 1156C).
399 La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera  desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad  original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gn 3,9-10) de quien han  concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5).
400 La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la  justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales  del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7); la unión entre el hombre y la  mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas  por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16). La armonía con la creación se rompe; la  creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19). A  causa del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción"  (Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de  desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre "volverá al polvo del que  fue formado" (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la  humanidad (cf. Rm 5,12).
401 Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el  mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel (cf. Gn 4,3-15); la corrupción  universal, a raíz del pecado (cf. Gn 6,5.12; Rm 1,18-32); en la historia de  Israel, el pecado se manifiesta frecuentemente, sobre todo como una infidelidad  al Dios de la Alianza y como transgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la  Redención de Cristo, entre los cristianos, el pecado se manifiesta de múltiples maneras (cf. 1 Co 1-6; Ap 2-3). La Escritura y la  Tradición de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la universalidad  del pecado en la historia del hombre:
«Lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas las cosas creadas» (GS 13,1).
Un duro combate... 
407 La doctrina sobre el pecado original —vinculada a la de la Redención  de Cristo— proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación  del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el  diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre.  El pecado original entraña "la servidumbre bajo el poder del que poseía el  imperio de la muerte, es decir, del diablo" (Concilio de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da  lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la  acción social (cf. CA 25) y de las  costumbres.
408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados  personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición  pecadora, que puede ser designada con la expresión de san Juan: "el pecado del  mundo" (Jn 1,29). Mediante esta expresión se significa también la influencia  negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las  estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres (cf.  RP 16).
409 Esta situación dramática del mundo que "todo entero yace en poder del  maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:
«A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (GS 37,2).
410 Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario,  Dios lo llama (cf. Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el  mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha  sido llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías redentor,  anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de  un descendiente de ésta.
411 La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán"  (cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la desobediencia de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por  otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada  en el "protoevangelio" la madre de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido  la que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el  pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original  (cf. Pío IX: Bula  Ineffabilis Deus: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia  especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Concilio de Trento: DS  1573).
412 Pero, ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? San León Magno responde: "La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes  mejores que los que nos quitó la envidia del demonio" (Sermones, 73,4: PL  54, 396). Y santo Tomás de Aquino: «Nada se opone a que la naturaleza humana  haya sido destinada a un fin más alto después de pecado. Dios, en efecto,  permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las  palabras de san Pablo: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20).  Y en la bendición del Cirio Pascual: "¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande  Redentor!"» (S.Th., 3, q.1, a.3, ad 3: en el Pregón Pascual «Exultet»  se recogen textos de santo Tomas de esta cita).
413 "No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción  de los vivientes [...] por envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sb 1,13; 2,24).
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421 "Los fieles cristianos creen que el mundo [...] ha sido creado y conservado por  el amor del Creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero  liberado por Cristo crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el  poder del Maligno..." (GS 2,2).
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434 La Resurrección de Jesús glorifica el Nombre de Dios "Salvador" (cf.  Jn 12, 28) porque de ahora en adelante, el Nombre de Jesús es el que  manifiesta en plenitud el poder soberano del "Nombre que está sobre todo nombre"  (Flp 2, 9). Los espíritus malignos temen su Nombre (cf. Hch 16,  16-18; 19, 13-16) y en su nombre los discípulos de Jesús hacen milagros (cf.  Mc 16, 17) porque todo lo que piden al Padre en su Nombre, Él se lo concede  (Jn 15, 16).
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447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute  con los fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf.  también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita  al dirigirse a sus Apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida  pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre  los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina
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517 Toda la vida de Cristo es misterio de Redención. La Redención  nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cf. Ef 1, 7; Col 1, 13-14;  1 P 1,  18-19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su  Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2 Co 8,  9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento  (cf. Lc 2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15,3); en sus  curaciones y en sus exorcismos, por las cuales "él tomó nuestras flaquezas y  cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su Resurrección,  por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4, 25
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Las tentaciones de Jesús
538 Los evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto  inmediatamente después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu" al  desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los  animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1, 12-13). Al final de este tiempo,  Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia  Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el  Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él "hasta el  tiempo determinado" (Lc 4, 13).
539 Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento  misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero  sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al  contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por  el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente  obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha  "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3,  27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la  victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.
540 La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el  Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres  (cf Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al  Tentador en beneficio nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda  compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros,  excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los  cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto.
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Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y  signos" (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos  atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha  enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38).  Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de  su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero  también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la  curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es  rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido  por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir  todos los males aquí abajo (cf. Lc 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los  hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el  obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres  humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha  llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39).  Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de  Dios: Regnavit a ligno Deus ("Dios reinó desde el madero de la Cruz",  [Venancio Fortunato, Hymnus "Vexilla  Regis": MGH 1/4/1, 34: PL 88, 96]).
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"Las llaves del Reino"
551 Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió unos hombres en  número de doce para estar con Él y participar en su misión (cf. Mc 3, 13-19);  les hizo partícipes de su autoridad "y los envió a proclamar el Reino de Dios y  a curar" (Lc 9, 2). Ellos permanecen para siempre asociados al Reino  de Cristo porque por medio de ellos dirige su Iglesia:
«Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Lc 22, 29-30).
552 En el colegio de los Doce, Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf. Mc 3, 16; 9, 2; Lc 24, 34; 1 Co 15, 5). Jesús le confía una misión única. Gracias a  una revelación del Padre , Pedro había confesado: "Tú eres el Cristo, el Hijo de  Dios vivo". Entonces Nuestro Señor le declaró: "Tú eres Pedro, y sobre esta  piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra  ella" (Mt 16, 18). Cristo, "Piedra viva" (1 P 2, 4), asegura a su Iglesia,  edificada sobre Pedro, la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa  de la fe confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la  misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a  sus hermanos (cf. Lc 22, 32).
553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: "A ti te daré las  llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los  cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,  19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios,  que es la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Jn 10, 11) confirmó este encargo  después de su resurrección: "Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 15-17). El poder de  "atar y desatar" significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar  sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús  confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles (cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien éÉl confió  explícitamente las llaves del Reino.
566 La tentación en el desierto muestra a Jesús, humilde Mesías que triunfa de Satanás mediante su total adhesión al designio de salvación querido por el Padre.
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CRISTO  DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS
632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales  Jesús "resucitó de entre los muertos" (Hch 3, 15; Rm 8, 11;  1 Co 15, 20)  presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos  (cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al  descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los  hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido  como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí  detenidos (cf. 1 P 3,18-19).
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10;  Hch 2,  24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de  muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios  (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el  estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32,  17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús  en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (cf. Lc 16,  22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en  el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los  infiernos" (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587) ni para destruir el  infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo Cum dudum: DS, 1011;  Clemente VI, c. Super quibusdam: ibíd., 1077) sino para liberar a los justos  que le habían precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf. también  Mt 27, 52-53).
634 "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva ..." (1 P 4,  6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico  de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase  condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en su significado real de  extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de  todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la  Redención.
635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte (cf. Mt 12, 40;  Rm 10, 7; Ef 4, 9) para "que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que  la oigan vivan" (Jn 5, 25). Jesús, "el Príncipe de la vida" (Hch 3, 15) aniquiló  "mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a  cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud "(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte y del  Infierno" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la  tierra y en los abismos" (Flp 2, 10).
«Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo [...] Va a buscar a nuestro primer Padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es la mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva [...] Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu Hijo. A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos» (Antigua homilía sobre el grande y santo Sábado: PG 43, 440. 452. 461).
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834 Las Iglesias particulares son plenamente católicas gracias a la  comunión con una de ellas: la Iglesia de Roma "que preside en la caridad" (San  Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 1, 1). "Porque con esta Iglesia  en razón de su origen más excelente debe necesariamente acomodarse toda Iglesia,  es decir, los fieles de todas partes" (San Ireneo, Adversus haereses 3,  3, 2; citado por Concilio Vaticano I: DS 3057). "En efecto, desde la venida a  nosotros del Verbo encarnado, todas las Iglesias cristianas de todas partes han  tenido y tienen a la gran Iglesia que está aquí [en Roma] como única base y  fundamento porque, según las mismas promesas del Salvador, las puertas del  infierno no han prevalecido jamás contra ella" (San Máximo Confesor, Opuscula  theologica et polemica: PG 91, 137-140).
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1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con  Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra  nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte.  Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino  tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 14-15). Nuestro Señor nos  advierte que estaremos separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades  graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25,  31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor  misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por  nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la  comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra  "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se  apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que,  hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse , y donde se puede perder a  la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos  graves que "enviará a sus ángeles [...] que recogerán a todos los autores de  iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que  pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su  eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a  los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del  infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575;  Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la  separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la  felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a  propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que  el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno.  Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino  que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué  estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los  que la encuentran" (Mt 7, 13-14):
«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes"» (LG 48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para  que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y  persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias  diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere  que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano)
1038 La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los  pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en  que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan  hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la  condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria  acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas delante de él todas las  naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las  ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su  izquierda [...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida  eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo  definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada  uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:
«Todo el mal que hacen los malos se registra y ellos no lo saben. El día en que "Dios no se callará" (Sal 50, 3) [...] Se volverá hacia los malos: "Yo había colocado sobre la tierra —dirá Él—, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre, pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí"» (San Agustín, Sermo 18, 4, 4).
1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el  Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su  advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su  palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido  último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y  comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido  todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de  Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor  es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a  los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de  Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del  Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que  hayan creído" (2 Ts 1, 10).
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1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el  Padre, Él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no  sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo  de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de  la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que  realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los  sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6).
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La mistagogia de la celebración del sacramento del Bautismo
1237 Puesto que el Bautismo significa la liberación del   pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos  sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o bien el   celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente a Satanás.   Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual será   "confiado" por el Bautismo (cf Rm 6,17).
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“Sanad a los enfermos...”
1506 Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz  (cf Mt 10,38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y  sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace  participar de su ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí,  predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con  aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,12-13).
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Exorcismo
1673 Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf Mc 1,25-26; etc.), de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf Mc 3,15; 6,7.13; 16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne llamado «el gran exorcismo» sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse , antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de un presencia del Maligno y no de una enfermedad (cf. CIC can. 1172).
1673 Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf Mc 1,25-26; etc.), de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf Mc 3,15; 6,7.13; 16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne llamado «el gran exorcismo» sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse , antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de un presencia del Maligno y no de una enfermedad (cf. CIC can. 1172).
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EL HOMBRE , IMAGEN DE DIOS
1701 “Cristo, [...] en la misma revelación del misterio   del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le   descubre la grandeza de su vocación” (GS   22, 1). En Cristo, “imagen del Dios invisible” (Col 1,15; cf 2 Co   4, 4), el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza” del Creador. En Cristo,   redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer   pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia   de Dios (GS   22).
1702 La imagen divina está presente en todo hombre.   Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unidad de las   personas divinas entre sí (cf. Capítulo segundo).
1703. Dotada de un alma “espiritual e inmortal” (GS  14), la persona humana es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha   amado por sí misma”(GS   24, 3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna.”
1704  La persona humana participa de la luz y la fuerza   del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas   establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma   a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la   verdad y del bien (cf     GS 15, 2).
1705  En virtud de su alma y de sus potencias   espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de   libertad, “signo eminente de la imagen divina” (GS   17).
1706  Mediante su razón, el hombre conoce la voz de   Dios que le impulsa “a hacer [...] el bien y a evitar el mal”(GS   16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se   realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral   proclama la dignidad de la persona humana.
1707  “El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de   su libertad, desde el comienzo de la historia”(GS   13, 1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien,   pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado   al mal y sujeto al error.
«De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas». (GS 13, 2)
1708  Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del   pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en   nosotros lo que el pecado había deteriorado.
1709 “El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta   adopción filial lo transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de   Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión   con su Salvador, el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la   santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la   gloria del cielo.
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1861 El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios.
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La idolatría
2112 El primer mandamiento condena el politeísmo.  Exige al hombre no creer en otros dioses que el Dios verdadero. Y no venerar  otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este  rechazo de los “ídolos [...] oro y plata, obra de las manos de los hombres”, que  “tienen boca y no hablan, ojos y no ven”. Estos ídolos vanos hacen vano al que  les da culto: “Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su  confianza” (Sal 115, 4-5.8; cf. Is 44, 9-20;  Jr 10, 1-16; Dn 14,  1-30; Ba 6; Sb 13, 1-15,19). Dios, por el contrario, es el “Dios vivo”  (Jos 3, 10; Sal 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la historia.
2113 La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos  del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que  no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a  una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el  satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del  dinero, etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6, 24).  Numerosos mártires han muerto por no adorar a “la Bestia” (cf Ap 13-14),  negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de  Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Gál 5, 20;  Ef 5, 5).
2114 La vida humana se unifica en la adoración del Dios  Único. El mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de  una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido religioso  innato en el hombre. El idólatra es el que “aplica a cualquier cosa, en lugar de  a Dios, la indestructible noción de Dios” (Orígenes, Contra Celsum, 2, 40).
Adivinación y magia
2115 Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a  otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en entregarse con  confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en  abandonar toda curiosidad malsana al respecto. Sin embargo, la imprevisión puede  constituir una falta de responsabilidad.
2116 Todas las formas de adivinación deben  rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y  otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18,  10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la  interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a  “mediums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y,  finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de  poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de  temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
2117 Todas las prácticas de magia o de  hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su  servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo —aunque sea para  procurar la salud—, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas  prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de  dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos  es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas  adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden  de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la  invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del  prójimo.
La irreligión
2118 El primer mandamiento de Dios reprueba los  principales pecados de irreligión: la acción de tentar a Dios con palabras o con  obras, el sacrilegio y la simonía.
2119 La acción de tentar a Dios consiste en poner  a prueba, de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán  quería conseguir de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante  este gesto, a actuar (cf Lc 4, 9). Jesús le opone las palabras de Dios: “No  tentaréis al Señor, tu Dios” (Dt 6, 16). El reto que contiene este tentar a Dios  lesiona el respeto y la confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye  siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder  (cf 1 Co 10, 9; Ex 17, 2-7; Sal 95, 9).
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
"PADRE NUESTRO"
2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque  nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a  nuestro Padre que no nos “deje caer” en ella. Traducir en una sola palabra el  texto griego es difícil: significa “no permitas entrar en” (cf Mt 26, 41), “no  nos dejes sucumbir a la tentación”. “Dios ni es tentado por el mal ni tienta a  nadie” (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos  deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate  “entre la carne y el Espíritu”. Esta petición implora el Espíritu de  discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace  discernir entre  la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15;  Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una “virtud probada” (Rm 5, 3-5), y la  tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos  distinguir entre “ser tentado” y “consentir” en la tentación. Por último, el  discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto  es “bueno, seductor a la vista, deseable” (Gn 3, 6), mientras que, en realidad,  su fruto es la muerte.
«Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres [...] En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado» (Orígenes, De oratione, 29, 15 y 17).
2848 “No entrar en la tentación” implica una  decisión  del corazón: “Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón  [...] Nadie puede servir a dos señores” (Mt 6, 21-24). “Si vivimos según el  Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Ga 5, 25). El Padre nos da la  fuerza para este “dejarnos conducir” por el Espíritu Santo. “No habéis sufrido  tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis  tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de  poderla resistir con éxito” (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son  posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del  Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía  (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate  y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en  comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La  vigilancia es “guarda del corazón”, y Jesús pide al Padre que “nos guarde en  su Nombre” (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a  esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición  adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro  combate en la tierra; pide la  perseverancia final. “Mira que vengo como  ladrón. Dichoso el que esté en vela” (Ap 16, 15).
2850 La última petición a nuestro Padre está también  contenida en la oración de Jesús: “No te pido que los retires del mundo, sino  que los guardes del Maligno” (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno  individualmente, pero siempre quien ora es el “nosotros”, en comunión con toda  la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La Oración del Señor  no cesa de abrirnos a las dimensiones de la Economía de la salvación. Nuestra  interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en  el Cuerpo de Cristo, en “comunión con los santos” (cf RP 16).
2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino  que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El  “diablo” (diá-bolos) es aquél que “se atraviesa” en el designio de Dios y su  obra de salvación cumplida en Cristo.
2852 “Homicida [...] desde el principio [...] mentiroso y padre de  la mentira” (Jn 8, 44), “Satanás, el seductor del mundo entero” (Ap 12, 9), es  aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya  definitiva derrota toda la creación entera será “liberada del pecado y de la  muerte” (Plegaria Eucarística IV, 123: Misal Romano). “Sabemos que todo el que ha nacido de  Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a  tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del  Maligno” (1 Jn 5, 18-19):
«El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os guarda contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al demonio. “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8, 31)» (San Ambrosio, De sacramentis, 5, 30).
2853 La victoria sobre el “príncipe de este mundo” (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó  libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el  príncipe de este mundo está “echado abajo” (Jn 12, 31; Ap 12, 11). “Él se lanza  en persecución de la Mujer” (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la  nueva Eva, “llena de gracia” del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la  corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre  de Dios, María, siempre virgen). “Entonces despechado contra la Mujer, se fue a  hacer la guerra al resto de sus hijos” (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la  Iglesia oran: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará  del Maligno.
2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos  igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros  de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia  presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los  males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia  de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la  humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que “tiene las  llaves de la Muerte y del Hades” (Ap 1,18), “el Dueño de todo, Aquel que es, que  era y que ha de venir” (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):
«Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo» (Rito de la Comunión [Embolismo]: Misal Romano).
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